junio 13, 2007

Alondra

En alguna parte te quedaste esperando, mientras las estrellas reemplazaban a una luna cada vez más periférica, mirando hacia un horizonte aparentemente claro, como vislumbrando un futuro prometedor y, sin embargo, una tenue sombra opacaba el brillo de tus ojos negros y melancólicos. Me pregunto acerca de tus pensamientos clandestinos y si pensarás en mí aún; tengo claro que el camino ya ha acabado, mas quedan algunos pasos absurdos, pues nada más absurdo que dar las últimas zancadas para caer al precipicio, para terminar de una vez aquello que casi fue y que pudo ser –dice cierta gente– y que si no seguimos avanzando puede resultar, pero no, hay que dar esos últimos pasos, porque no podemos dejar nada a medias desde que se comienza, porque no podemos dejar nada al azar, porque tenemos que ser absurdo, como todo... y dale con los absolutos, por qué todo hasta la última gota, por qué pretender el todo, todo, Dios, el Conocimiento, todo un absoluto, el matrimonio para toda la vida, para qué.
Eras un comienzo que te fuiste haciendo fin, un camino entre sombras y letras que se fue tiñendo de sangre arrancada con rosas y chocolates y helados que nos servíamos en aquellos largos paseos junto al mar. Nos creíamos románticos sin serlo realmente. Patéticos. Ambos sabíamos que no podíamos ser románticos, conocíamos que no había un beso siquiera romántico entre nosotros. Pasión, calentura, pero no romanticismo. Nunca vivimos lo que era, intentamos ver en lo hondo y como se veía tan profundo no nos dimos cuenta que nada había de tal, que era una simple pared negra en la que ya nada podíamos penetrar, sólo hacernos llagas más profundas a medida de cada embestida.
Ya no recuerdo tu nombre, y creo que nunca lo supe. Alondra te llamaba porque eso me pareciste cuando nos encontramos mirando desde lejos las risas de nuestros amigos, viendo cómo estaban gregariamente haciendo locuras sabiendo nosotros que la locura no es colectiva, que viene desde dentro de cada cual arrancando una personalidad inconfundible, que cada loco es único, y sí, nosotros lo sabíamos, o así lo creíamos. Nos dijimos hola, nada más que hola. Y seguimos mirando el mar medio bravo ante la tormenta que se aparecía oscura en el horizonte, intentando respirar en un ambiente cada vez más pesado. Alondra, dije y me miraste. No hizo falta conocer tu nombre. No hizo falta. Para qué saberlo, para qué pedirte identificación si para mí eras única, eras otra loca inadaptada como yo que miraba desde lejos a los demás divertir sus corazones faltos de verdadera sangre. Verdadera sangre, qué es la verdadera sangre si ni siquiera sé qué es lo verdadero y si mi mayor acercamiento a la sangre es a las rasmilladuras que me dejaron las caídas en bicicleta; y dale con lo absoluto: hay que dar el último paso para caer, para sentir que el odio fue amor, para terminar lo que pensamos infinito. La muerte, me dijiste un día.
¿Por qué te seguí en tus juegos insanos si entre líneas se dejaba leer un destino opaco? ¿Qué había en tus ojos que me arrastraron a aceptar y prometerte acompañar en tu derrotero cierto, como algo inevitable?

Bajaban desde el Café Vinilo, habían estado escuchando tangos y bebiendo un par de cervezas en silencio, ni una palabra pronunciaron; “por qué me entiendes tanto y sin embargo no me comprendes, irás conmigo y eso te hace admirable, pero discúlpame por arrastrarte” pensaba ella mirando un supuesto fantasma. Alguna vez uno se encuentra con personas abstraídas, y se les respeta y se les deja en paz porque realmente no llaman la atención, mas ellos no, cada comensal se los quedaba mirando, vestían de negro, de rígido luto, era como si sus ropajes no fueran realmente ropa sino féretros, llevaban sus ataúdes a cuestas. Podía haber sido una caminata más, siguiendo las líneas inciertas de las calles esquizofrénicas del Puerto en otra de esas tardes, una más. Era muy difícil siquiera imaginar cuál era su punto de destino (quizás un antro, un bar, una playa, un motel, quién sabe).
Cómo sigo relatando aquélla última marcha de mis amigos si no logré nunca entenderlos. Llevo ya dos semanas frente a este teclado que calla sin poder salir de este círculo de ininteligencias, revolcándome en el estiércol de mi propia desesperación, de mi dolor sigiloso, de mi amor sombrío, desparramando letras inarticulables y voces vacías; estoy en un punto fenecido si es que aún no he muerto. Cada palabra de su anuncio inverosímil resuena ciegamente en mi conciencia, mientras mi desesperanza se revuelca en el lodo de mi inacción. ¿Por qué nada hice? ¿Por qué no les creí? Tuve en mis manos la posibilidad de hacerles entrar en razón, de hacerles abrir los ojos. No entiendo, ¡Cómo no fui capaz de hacerles desistir del suicidio!

¿Esta es nuestra noche, cierto? Caminamos como si nada, como llevados de la mano de nuestra madre algún día cuando fuimos niños, porque lo fuimos, creo. Siento tu mano fría que se me aferra casi dentada a la mía, mordiéndome el alma en estos escalones que ayer fueron clandestinos y hoy los vamos llamando por su nombre. Nunca me fijé que este camino fuera tan corto, es como si siempre lo hubiésemos subido y jamás bajado. Estás más bella que nunca, ¡qué importa tu palidez enfermiza!, me recuerdas a una de esas estatuas de hielo: blanca y transparente y fría hasta la última célula, callada y llena de expresiones… sí, creo que hoy te amo, que hoy ya no es calentura, que hoy es el día.
Con esa última mirada que me has dado comprendo un par de cosas. Te preguntas si Enrique, nuestro amigo, tu eterno enamorado, soportará nuestra decisión; mas sé que no te preocupa, que confías en ese mismo atormentado amor que te profesa como una devoción en una secta clandestina y diabólica para que no proteste ante nuestro egoísmo (el tuyo porque no creo que le interese el del amigo que se llevó a la mujer que ama al absoluto de sus propias inclinaciones, al que sepultó esas esperanzas que fundó en la misma nada, y que sin embargo, gurda hasta esta noche). Lo otro que entiendo, querida, es que dando estos últimos pasos también me amas, y aquí ya no hacen falta más palabras que tus ojos y tu silencio.

“Se siguen buscando los cuerpos de dos jóvenes que cayeron al mar desde el Muelle Barón de Valparaíso; hasta el momento los trabajos de buzos de la armada has resultado infructuosos, por lo que se estima que la corriente ha arrastrado a los malogrados jóvenes mar a dentro.
Según declaraciones de un testigo, que sólo se identificó ante este medio como Enrique, luego de una acalorada discusión, el joven dio de golpes a la joven lanzándola al mar, para después lanzarse él. Asevera este testigo que los jóvenes estaban en un deplorable estado etílico y que no alcanzó a verles el rostro…”

Lord Lavengro
Valparaíso, entre abril y junio de 2007.