octubre 31, 2006

La Religión del Soldado

Existe una religión,
Una antigua como el amanecer
En una noche de brujas, hadas
Y ángeles errabundos.
Ahí, entre feligreses anónimos,
Resuenan lo ecos del clarín
Y del redoble marchando
Como las hormigas marchan
Pequeñas en cuerpo y grandes en alma.

Y esa religión es la del soldado
Que busca la muerte sin encontrarla
Y que, sin darse cuenta, la muerte lo encuentra.

Legionarios que visten canciones
Y sus armas afiladas escriben en la roca
Con el humo de un cigarrillo chueco
Y maltratado por el viento del olvido.

Y en cada camino formados
Al alero de un ideal incierto
Sus ojos se clavan en la nada
De una pasión que queda esperando.

Uno tras otro sus pasos crean la marcha,
Dibujan el camino que sólo ellos conocen
Entre las hojas y entre la arena efímera;
Acercándose a la torre desconocida
Conducen la música silenciosa
Que descansa en sus mentes clandestinas,
En sus pensamientos del hogar lejano.

En alguna esquina que no existe,
Construyen su fuerte con esperanzas
Y con anhelos disfrazados en la victoria.

Y ahí el soldado celebra su misa,
A la que sólo asisten él y su alma,
En la soledad dilatada
Y un rincón desconocido.

Escuadrones que buscan la gloria
En un suelo extraño que hacen suyo,
En un suelo de letras y un cielo de libros.
Empuñando sus fusiles de tinta negra
(azul o rojo, el color no importa),
sus manos artesanas modelan luces
de un futuro que quieren presente.

La religión del soldado,
Que lleva firme prendida en su uniforme,
Nace con la lluvia y con el sol
Y lo acompaña aunque lo jubilen licenciado,
Pues en los avatares de la batalla,
Si bien perdió unas parte de su carne
Y también una parte de su sangre,
Ganó en la historia de su vida
Su arma más importante:
Su corazón de soldado y de estudiante.

Lord Lavengro
Viña del Mar, 2003.