junio 27, 2006

Sigue el Silencio

Sigue el silencio
cuando te calles.

Mira las rosas:
mira el misterio
del cementerio:
huele las flores
recién marchitas...

Sigue el silencio
cuando no escuches.

Mira la lluvia,
oye sus gotas
romper la tierra:
grabar palabras
de tintas blancas
en hojas blancas.

Sigue el silencio
cuando me calle.

Lavengro
Viña del Mar, Febrero 25 de 2003.

junio 15, 2006

Helena

Tengo el divino placer de presentar un bello cuento escrito por una gran amiga, autora de hermosos poemas,mas aquí está su delicada prosa, hondando en lo profundo de las sombras, para el del alma nocturna y en los confines de la muerte.


Helena era una muchacha hermosa, como la mítica mujer que le había dado el nombre; no obstante era callada y solitaria. Jamás salía de día pues su tez y cabello eran tan blancos que la luz del sol le lastimaba la mirada. Siempre vestía de negro, aunque algunas ocasiones gustaba de traer rojo sangre sobre su piel para cubrir la desnudez de su alma.

Silenciosa, una noche enmudecida; cada palabra podría haber semejado el viento que susurrando entre las fracturas de las paredes de un pueblo abandonado, mas nunca se escuchó de su boca algún sonido articulado, ni tampoco se dibujó alguna vez en su rostro, como en un lienzo donde el pintor plasma bellas pinceladas, una sonrisa.

Amigos, maestros, extraños... todos la veían como un fantasma, pues jamás la más mínima expresión se marcaba en su rostro. Los desconocidos que alguna vez la habían visto caminar elegantemente por las aceras, juraban que era un espíritu en pena y muchas personas más que era un ángel de la muerte: tanta hermosura, tanta elegancia y tan extrema palidez no podían ser de un humano.

Su perfecta piel, su cuerpo delgado y finamente delineado, sus ojos azules tendiendo hacia el blanco, su cabello blanquecino, lacio y largo, y la estoicidad de su rostro, la hacían verse como una muñeca antigua de porcelana que flotaba por las calles.

¿Qué terrible penumbra se ocultaba tras su inamovible mirada?. Algunos que la habían mirado durante años pasar frente a sus ventanas decían que encerraba mucha maldad, otros más decían que era locura; no faltaba el idiota que cada vez que ella se acercaba, le gritaba “satánica”, pero Helena parecía no escuchar pues siempre continuaba caminando... flotando y caminando.

Conforme los días de su vida corrían, aquella pequeña muchacha se tornaba cada vez más inexistente, más fugaz.

Una noche, un extraño que pasaba a su costado, vio que una lágrima azul acariciaba la mejilla de su inexpresivo y transparente rostro.

— Hola. Disculpa ¿estás bien?

Helena sólo giro un poco sus ojos y siguió de largo en su caminata silenciosa.

—¿Te molesto? Sólo quiero ayudar ¿puedo ayudarte en algo?

Esta vez, Helena ni siquiera miró al muchacho, siguió caminando con la vista dirigida hacia la nada.

—¿Se ha muerto algún familiar tuyo? Porque sólo así vestirías ese abrigo negro en esta calurosa noche de verano— luego dejó que Helena caminara unos cuantos pasos frente a él para volverse a dirigir hacia ella con un tono muy serio e inquisitivo —¿no crees que al menos deberías responder el saludo de un extraño? ¿o es que te comieron la lengua los ratones?... ¿no es hora ya de dejar el silencio atrás?
Esta última pregunta seguramente perturbó a Helena, pues se detuvo repentinamente. Se quedó quieta por un corto instante, pero tan largo como el momento justo antes de la muerte.

El extraño la miró y vio que Helena humedecía sus labios; observó cómo ella contemplaba el cielo para después girar su cabeza inclinándola levemente hacia su izquierda. Helena lo miró y parpadeó.

—Me das miedo— dijo el extraño

“Entonces vete, todavía no es el tiempo” escuchó el joven, mas no vio que Helena moviera los labios.

—¿Tiempo de qué? ¿Cómo lo sabes?

Dos gotas azules más enjugaron sus ojos. Ella los cerró suavemente y las lágrimas cayeron sobre sus manos abiertas, las cuales había levantado con las palmas hacia arriba hasta la altura del pecho, a modo de plegaria.

Con la humedad de aquel sollozo, tomó el rostro del extraño entre sus manos; se acercó a él y cerrando los ojos le besó en los labios mientras su llanto seguía derramándose y contaminando con humedad las mejillas del muchacho.

En el momento que lo besó, unas blancas alas de lino comenzaron a extenderse a la espalda de él, ondulando por un fuerte viento que sopló en el instante y rugía entre los edificios de la calle. A Helena comenzáronle a manar unas alas metálicas de color negro que se extendieron a su máximo.

Después, soltó el rostro de aquel extraño que resultó ser un ángel, tal como ella alguna vez lo había sido y podría volver a serlo.

Helena respiró profundo antes de abrir los ojos y cuando los abrió, estaba, como era en un principio, recostada sobre un acolchado satín blanco, que recubría el ataúd donde había permanecido por años, debajo de una tierra cubierta por musgo. Sólo fue otro sueño, como todos los demás.

—Quizá el sueño de mañana me vuelva a la realidad— dijo suavemente, mientras cerraba los ojos para volver a soñar...

Karina González

junio 12, 2006


No hay de qué escribir esta noche, como todas estas noches. El silencio es un pálido fantasma que atormenta a mi reseco tintero, huérfano hasta de la última letra agonizante.

La pluma de Lavengro está marchita: ya no sangra sus oscuros versos. Mi papiro es hoy sólo escarcha, un lívido testigo de mi póstuma vida.

Los épicos cantares de Simone caen al vacío enfermo de mis Siete Infiernos, que sufren tristemente el abandono: ya ni los ecos quedan de mis viejos demonios.

No hay fuerza en mi mano para blandir mi rota espada -fiel compañera en legendarias reyertas- que reposa en sus recuerdos marginada del ensueño de los ángeles caídos.

Lord Lavengro
Viña del Mar, Junio 12 de 2006.

junio 04, 2006

Mi Hermana Noche



Hermana noche, camina en mi cuento;
entrega calmos tropiezos del día
al sueño eterno del cáncer revuelto.
Amiga, cántame tus melodías.

Dejemos lagos profundos, silencios
callados, notas aladas y nuevas.
Si vuelas lejos del tiempo, sentencio,
sin culpa al hombre, viajar sin sus ruedas.

Mi hermana, noche, mi noche; mis versos
son flechas como la lanza más larga
que llega al centro del mundo con besos

de estrellas lisas. El arco es de roble.
Del piso, piedras caminan labranzas
del cielo: trigo que clama redobles.

Hermana noche dormida en sonidos
de flores, líbrate, entrega tus almas
al fuego: vive, levita conmigo.
¡Seamos tiempo, soltemos las plantas!

El límite arde con llamas perpetuas;
se quema tibio en palabras mojadas:
caricias hablan con cálidas lenguas.
El beso explosa, remecen sus balas.

Comienzan lluvias, hermana nocturna;
Sudores dulces de cuerpos nubosos
se caen blandos al suelo de luna.

Extiendo alfombras de oscuros ensueños,
la piel mojada, silencios ruidosos.
Se elevan almas del fértil subsuelo.

Lord Lavengro
Escrito en Nogales, 2001.