mayo 29, 2006

Ensombrecen



Y los santos pregonan la caída
de la Tierra, la lluvia los apaga,
el silencio ahogó sin esperanza
a los ojos del tiempo y de la vida.

Corazones de lata se ensombrecen
y la carne se cae del difunto.
La neblina que oculta a este mundo
calcinaba las letras que envejecen.

De rodillas dobladas, laceradas,
en torrentes de sangre que se escurre
entre piedras quemadas, ya no suben.

(Recorriendo sus huellas olvidadas
la penumbra se come y se vomita
y el hastío sumerge en pesadillas.)

Lavengro
Escrito en abril 16 de 2005.

mayo 19, 2006

Venganzas


El tiempo magnético de una noche de tormenta caía sobre el pálido rostro del amante perdido, mientras deambulaba descalzo sobre una colina incierta. Tristemente sus pasos simulaban un cuerpo informe que caía desde la pendiente de la duda al abismo de lo inverosímil, naufragando en un mar muerto y negro, en un sueño sin sueños; hasta que se desplomó sin remedio sobre el pasto inundado de tanta lluvia.

Profundamente en su conciencia, un atisbo de idea se fraguaba, una intención macabra y llena de excelsitud, según él, de limpiar su nombre ya inmundo mucho antes de los hechos que lo atormentaban.

Era bella, de largos cabellos negros y ojos aún más negros, hondos como dos pozos inmensos; su piel blanca, pero no del típico blanco, sino uno lívido, enfermizamente pálido, y suave, muy suave; los contornos de su delgada cintura eran la delicia de los sueños que atormentaban a Casanova, al Marqués, a todos -y a mí, por qué no-; sus labios como la sangre... Era bella, tanto que ya no puedo seguir... no, no puedo. Y menos ahora que recuerdo haber tenido entre mis brazos su cuerpo frío, vacío, inerte.

No creo que pueda terminar de escribir estas líneas, el deseo de venganza se hace cada día más profundo en mi interior, mató sin más a la única mujer que ha tocado mi alma, que entró en mi vida sin romper las barreras que he mantenido desde siempre, que anuló mis ansias de soledad. Poseí su amor, me dio la dulzura de su cuerpo húmedo, la suavidad de sus pechos contra el mío, el dolor de tener que dejarla cada mañana, mientras dormía desnuda en nuestra cama.

Ahí tirado en el pasto, mojado hasta las entrañas, metió su mano entre los pliegues de su camisa y sintió cómo la sangre manaba viva de la herida que recibió, la entrada limpia de la bala que le arrebató su vida miserable. Su último pensamiento fue, entre que ya no podría vengarse, el deleite de ser el único que había dado muerte a esa mujer que nunca fue suya, y que ya no pertenecería a nadie más.

Ya no más, reconozco que fui yo quien disparó el arma que dio muerte a ese maldito y no me arrepiento, y si me mato, si me suicido, es para alcanzarla, para estar nuevamente a su lado.

Lord Lavengro
Viña del Mar, Mayo 19 de 2006.

mayo 09, 2006

Los Ojos de la Muerte

En una oscura cantina me esperaba, sentada bajo el único farol que no daba la pálida luz amarillenta y sensiblemente mortecina de los demás, mientras bebía de una copa también amarillenta algo que parecía vino. Una oscura capucha cubría su rostro por completo, por lo que me fue imposible descubrir quién era, lo que en ese instante me preocupó en lo más mínimo.
Mis lacónicos comensales de siempre estaban arrumados sobre la barra teniendo esa extraña conversación en que todos hablan casi al unísono, diciendo muchas palabras, mas callando sus intenciones; aunque me extrañó lo pálidos que estaban, a pesar de los litros de negra cerveza que a esas alturas de la noche habían bebido a destajo. Cuando me acerqué a ellos, saludando al aire como era mi costumbre, me senté a su lado y me sirvieron sin más una copa de vino -tan constantemente pedía lo mismo que ya no era raro que el cantinero lo dispusiera sin más frente a mi cara cansada después del trabajo tedioso en la morgue del único hospital de este pequeño pueblo, si es que se le puede llamar hospital a esos cuatro palos podridos-, del cual bebí un largo sorbo antes de encender mi cigarrillo.
Estaba tan concentrado en mi copa y cigarrillo (ceremonia sublime de adoración a los dioses del vicio) que no me percaté que mis amigos estaban callados desde el mismo instante en que me había sentado junto a ellos, hasta que Berliot alzó su cabeza más gacha que de costumbre y me miró fijamente a los ojos, como intentando silenciar una declaración inevitable: la dama de la esquina me pidió que te enviara junto a ella cuando llegaras, me dijo. Le pregunté si había dado algún nombre o algo, nada, no logré sacarle palabra alguna, es más, bajó la mirada y siguió contemplando como ipnotizado su ya vacío jarrón de cerveza.
En un abrir y cerrar de ojos estaba camino hacia la mesa donde estaba esa enigmática mujer, mas algo en mi interior me obligaba a dar pasos erráticos, haciendo mi caminar torpe y lento. Cuando ya estaba junto a ella, con un ligero movimiento de su pálida mano, más blanca de lo que jamás había visto, me invitó a sentarme en el único asiento disponible: un piso medio quebrado que por lo general nadie utiliza, si no es cuando ya no quedan más puestos en las escasas fiestas que se organizan en el bar, pues siempre estamos los mismos hombres que buscamos esa acompañada soledad conocida sólo por los viejos de cantina; mansamente seguí su silenciosa indicación.
Ya frente a ella, ví su rostro lívido y un pequeño riso negro -lo que no puedo asegurar, pues su capuchón cubría de una sombra inquietante su cara-; mas nada me llamó más la atención que sus ojos brillantes, quizás lo único luminoso que ese bulto permitía observar, inquietantes, fríos y malévolos qué es lo que intentan decirme tus ojos de lince herido la noche no es para gente como tú ni para nada qué qué quién eres no conoces que la vida mía ya no es de amores si no eres nadie que conozca o deba conocer dónde pensaste que yo era alguien que te puede ayudar si sólo son muertero te haces la interesante pero si por qué me inquieto si aún no has hablado pero tus ojos No te impacientes tanto si aún no nos hemos presentado, me dijo, como leyendo mis raros pensamientos que no eran mada sino sólo extrañas interrogantes que llegaban en oleadas de interpretaciones de nada. Ahora que recuerdo nunca me dio su nombre ni yo el mío, rara manera de conocernos.
-Traigo un mensaje que no se dá a cualquiera, trágico y renovador...
-Qué puede ser eso, de qué me estás hablando- grité casi. Me interrumpió con un pequeño novimiento de su cabeza hasta ese minuto inmóvil como sus pápados que estaban fijos, igual a los muertos que visto de vez en cuando, pues no hay suficiente gente en este pueblucho olvidado, del que todos se marchan y sólo se quedan los desesperanzados como yo.
-Sólo mira mis ojos- dijo.
vacíos ojos sin parte de referencia ni pupilas tienes son amaraillos negros no sé relucen pero siguen siendo vacíos no veo nada dicen qué es lo que quieres que mire mejor enciendo un cigarro necesrio que me calme que eres quién de a dónde me conoces
-Mira mis ojos y sabrás por qué estoy aquí y quién soy.
En ese instante recuerdo que sólo cayé y vi, vi en el interior de esa caverna ocular... Por eso ahora escribo, para que alguien recuerde este sueño, que espero que sea un sueño y despierte mañana, rogando que sus calladas palabras sean mentira generada en alucinaciones etílicas, como siempre y que no sólo tenga plazo para llegar a mi cama sí un sueño debí soñarlo; mas los ojos de la muerte se ven sólo una vez cada...

Lord Lavengro
Viña del Mar, Mayo 9 de 2006.

mayo 02, 2006

A Dónde?


El blanco de lívido crónico en tu piel
persiste como ancla posada en mi retina,
volviendo una vez y otra vez como marea
al sueño nocturno en que veo tu silencio.

Parado en la noche recuerdo aquellas manos
bajando la ruta roída del crepúsculo,
tus manos de sabia, de madre de la tierra.
Sonríes sin verme ni risa verdadera.

¿Y dónde quedaron tus ojos laberínticos?
¿Por dónde marcharon tus voces que llegaron
desnudas, calladas, sin ecos ni palabras?
Te veo vacía, sin vida y sin la muerte.

Tu cuerpo es tu cuerpo; mas, tu alma no te existe,
no muestra tus pasos y el canto de tus versos.
¿Y dónde quedaste paloma fronteriza?
¿A dónde llevaron tus ojos, lapidándote?

Lavengro
Escrito en Viña del Mar, enero 24 de 2006.