diciembre 17, 2006

Aún sin Nombre


Tres horas más,
Ya son días que quedan,
Sonando como ecos del pasado,
Imágenes enmarcadas en la niebla añeja.
Mis párpados vencidos, mi mano entregada,
Se sumergen bajo el sueño clandestino
De mi corazón que no olvida.
¡La llovizna de verano otoña mi alma!
Pisando, como olas que golpean en las rocas,
A mi jardín de rosas blancas,
El invierno me amenaza empantanar,
Dejarme morir en sus arenas de desesperanza.
Siempre fui ajeno al tiempo,
Mas ahora, vengándose, me grita descarado,
Empinándose sobre el abismo: "no soy tu amigo".
¿Qué se hizo la magia?
En una esquina la divisó el último elfo,
De la mano del olvido, caminando...

¿El poema ya se acabó?
Siento que no.
Todavía tímido como la primera llama de un incendio,
Se esconde, a la sombra de un beso,
El anhelo de escuchar tu voz.
Lavengro
Escrito en febrero 11 de 2005.

noviembre 19, 2006

Sólo...



no tengo un paso
no tengo un murmullo en el silencio
que calme mi desnudez endemoniada
no hay ecos en tu garganta
ni canciones en esta distancia
sólo noche
sólo una forma sin sombra
sólo una sombra sin forma
y tampoco hay versos en estas hojas

Lord Lavengro
Viña del Mar, Noviembre 18 de 2006.

octubre 31, 2006

La Religión del Soldado

Existe una religión,
Una antigua como el amanecer
En una noche de brujas, hadas
Y ángeles errabundos.
Ahí, entre feligreses anónimos,
Resuenan lo ecos del clarín
Y del redoble marchando
Como las hormigas marchan
Pequeñas en cuerpo y grandes en alma.

Y esa religión es la del soldado
Que busca la muerte sin encontrarla
Y que, sin darse cuenta, la muerte lo encuentra.

Legionarios que visten canciones
Y sus armas afiladas escriben en la roca
Con el humo de un cigarrillo chueco
Y maltratado por el viento del olvido.

Y en cada camino formados
Al alero de un ideal incierto
Sus ojos se clavan en la nada
De una pasión que queda esperando.

Uno tras otro sus pasos crean la marcha,
Dibujan el camino que sólo ellos conocen
Entre las hojas y entre la arena efímera;
Acercándose a la torre desconocida
Conducen la música silenciosa
Que descansa en sus mentes clandestinas,
En sus pensamientos del hogar lejano.

En alguna esquina que no existe,
Construyen su fuerte con esperanzas
Y con anhelos disfrazados en la victoria.

Y ahí el soldado celebra su misa,
A la que sólo asisten él y su alma,
En la soledad dilatada
Y un rincón desconocido.

Escuadrones que buscan la gloria
En un suelo extraño que hacen suyo,
En un suelo de letras y un cielo de libros.
Empuñando sus fusiles de tinta negra
(azul o rojo, el color no importa),
sus manos artesanas modelan luces
de un futuro que quieren presente.

La religión del soldado,
Que lleva firme prendida en su uniforme,
Nace con la lluvia y con el sol
Y lo acompaña aunque lo jubilen licenciado,
Pues en los avatares de la batalla,
Si bien perdió unas parte de su carne
Y también una parte de su sangre,
Ganó en la historia de su vida
Su arma más importante:
Su corazón de soldado y de estudiante.

Lord Lavengro
Viña del Mar, 2003.

septiembre 23, 2006

[Innominado]

I

-Soy un inmigrante de mundos oscuros,
lanzas y sables que clavan con fuego
dentro del alma tranquila el infierno.
Vendo milagros mutados que sufren,
juego del tiempo perverso de invierno.
Vendo milagros: caliento el infierno.

- Vengo magnate de pasadas tormentas,
arpa de cuerdas de los rayos del sol.
Música oscura se tropieza en mi sala:
cantan zorzales con timbal de esperanza.
Guardo las llaves de mi casa en las alas
vivas del cielo y del honesto viajero:
rayo de luz que denominan Cordero.

Hablan, conversan y cantan con gracia
mientras no calman temblores de sangre
dentro del alma en tormento y dilema.
Pierden con ellos el tiempo y el alba
llega con alas de mundos distintos;
llega el ocaso con días oscuros:
tímidos niños de lloran buscando.

-¡Cálmense noches: que renazca la luz!
-¡Vengan milagros, que rechinen las puertas
viejas, desaten las cadenas del llanto!
-Vengan, no dejen las ventanas cerradas,
soy aquel suspiro de esperanzas y de calma.
-Vendo milagros: te invito al infierno.
-Pongo las llaves de mi casa de flores
sobre tus manos y camina conmigo.

II




[Aquí sólo el silencio se ha hecho ecos]




III

Quizás un momento, un lápiz, una hoja;
quizás una interpretación fallida,
quizás un suspiro.
Quizás sólo el silencio del concreto,
quizás sólo la vida.

Talvés cantamos, somos, soñamos.

Quizás un suspiro, quizás...
quizás es sólo la vida.

IV

Las olas del silencio y la vida
navegan en cometas dormidos,
tranquilos y canción sin estribos.

No sé si me endurezco en la piedra,
si navego en barcazas tiradas,
si en alas del silencio me muero.
No sé si me cantaban de niño,
si alzaban transparentes cristales,
si en alas del silencio me amaron.

V

Me quedé en intentos tardinos y solos,
olvidados ruegos de muertos cansados.
Me quedé en mi tiempo: Oscuranto dolido
que reclama tumba a mis viejos candados,
que me llama zombie de líneas muertas,
que oscurece llamas de luces opacas.

Anochece lento en mañanas brotantes:
oscurece cuando principia el verano:
con las sombras llega la Luna arrogante:
madrugada en noches eternas y cortas:
la delgada línea rota se corta:
en el alba viene ocultándose del Sol:
se quedó en su tiempo durante su muerte.

Es un alma en llantos que canta con risas,
como un viejo barco navega sin mar.
Es un todo en nada que aborta su vida.
Navengante sueñas con cielos de tierra,
con trineos blancos y el aire por piso.
Es un alma en llanto que canta por risas
y quedó en su tiempo durante su muerte.

Que nació por muerte llegada por carta,
con sus sombras llega la noche despierta
y con días llega la luz olvidada.
¿El tesoro deja canciones por mapas
a las nuevas risas lejanas y eternas?
Es un alma en llanto que deja su llanto:
encontró su tiempo durante su tarde.

VI

Quisiera entregarme al silencio de otoño
que cuenta de viejas novelas sin tinta.
Deseo ensuciarme con pasto y rocío
de nuevas mañanas.

Si llama la noche a los cuatro jinetes,
la muerte renace de lápidas gruesas.
Sendero mutable que hablabas de guerras
que nunca acabaron.

Señor del último infierno sin torres,
regresa a tu mundo en las canas del tiempo.
Esconde la vida en los ciegos y oculta
su espalda sangrante.

Quisieras dejarme dormido. Recuérdame.
Evoca la carta manchada, verás
que siempre la grieta se ensancha en eterno
hundir deprimido.

-Te dejo que mires y veas: levántense
la guerra, la muerte, la hambruna del cuerpo,
y tu insanidad. Y repito que mires
al nuevo reclamo.

Metralla de letras lloronas y brujas,
que pasan doliendo en caballos malditos.
Deseo ensuciarme con pasto y rocío
de nuevas mañanas.

VII

Volarme con cien sonidos perpetuos
de rabia y de carne muerta y marchita.
Dejar las caricias viejas en pozos
de sangre reseca y roja bebida.

Oír que los perros ladran sus voces
que juegan con lazos cortos y largos.
Un grito en la niebla blanca del tiempo
que llama sonriendo al fin del lago.

Marcharme corriendo. ¡Nace misterio!
Explotan los dos amigos ladrones
que dicen silencio: ruido mordido.
En manos mojadas vasen jabones.

Las noches son miel y el día salmón.
Sabores que llegan nuevos al centro,
concierto de reglas sobre senderos
paqueños; mas, grandes leyes de siervos.

Dejarme llevar por cien sonidos
perpetuos que me hablan de luces albores;
de rabia, de fuego, miles de llantos:
dolor muribundo. Rocas de bronce.

Envuelto por fuertes mantos de lúgubres
pastores, el sueño se arranca del hombre
que ciego despierta al cielo que príncipe
lo arroja a un mundo de otros sabores.

Dorada es la piel que aflora en mi cuerpo,
color de los soles tibios de arena.
Jaurías de perros blancos en tierras
desiertas transmigran sanos y bellos.

Lord Lavengro
Nogales, Enero a Julio de 2001.

septiembre 08, 2006

Si el Cielo


¿Si el cielo plagado de estrellas cantara?
Escucho el silencio en la noche tranquila
durmiendo sentado en cojines de anhelos,
mirando tus ojos sin verlos, semilla.

Recuerdo a tus labios posarse en mi boca,
de flor en mi flor: mariposa emplumada.
Tus manos me tocan en este recuerdo
que guardo en mi taza de azul porcelana.

El aire se enfría en la carta que nunca
escribes. Si el silencio cantara... No llamas.
La música suena sin notas igual
quel llanto sin lágrimas: secas escarchas.

Fantasmas de lana se hicieron tus besos
que saben a dulces carentes de äzúcar.
El eco disfónico sufre la ausencia
de voces que al viento, mi amigo, saludan.

-Plagado de estrellas y nadie te mira.
-Talvez sus latidos suspiran en mi alma.
-¿Quizás? ¡No duerme, suspira ni canta!
-Si tú no la escuchas, intenta callarla.

Su suave cascada me llueve en recuerdos
que duelen, me queman con fuego escarchado.
Mis pasos enfermos no encuentran el rumbo
del cielo estrellado: me duermo parado.

Lord Lavengro
Escrito en marzo 3 de 2005.

agosto 24, 2006

Silencio


Silencio... la noche es de piedra
forjada por muros inertes;
es muda, sin ecos pasados.
Derrumba los cerros del vientre.
Rodando abalanchan palabras
que ciegan los ojos del tiempo
marcado en la frente con grises
cenizas del mismo tiempo.
Maíz que los tordos recogen
(robado del choclo olvidado)
no siembra la vida genuina
que es copia de antiguos tratados.
Desgarra la carne el sonido
helado del claustro tallado
en rocas de casas ajenas.
Silencio: lamentos callados
del viejo estandarte en cojera.

Lavengro
Viña del Mar, Julio 14 de 2002.

agosto 17, 2006

Cerrando sus Ojos


Cerrando sus ojos de piedra pulida

el perro recorre los pastos sinceros

de tierras dormidas, amantes sin prisa,

recuerda ladridos que fueron lanceros.


Orejas caídas, sus patas cruzadas

(reflejo del sol de la tarde que busca

su cama de mar, su horizonte de paja),

sus pelos cansados parecen la lluvia.


Explotan las notas de viejas guitarras,

evoca los golpes de largas carreras

que siguen a gatos, la presa inventada.

Cerrando sus ojos el perro recuerda.


Su cola, primero, se duerme, después

no alcanza los ritmos del juego ëterno;

soldado valiente que sabe de fe,

que muestra sus triunfos, que afronta sus yerros.


Ladridos sin ecos se escuchan lejanos;

el perro que cierra sus ojos me mira,

altivo me dice “vivimos cercanos,

ahora el tiempo me llama, la vida

termina, mas nunca se acaba...” suspira.


Lavengro

Nogales, Septiembre 15 de 2002.

agosto 07, 2006

Fantasma

Si el sol se esconde,
si el tiempo pierde
su ritmo eterno,
yo sigo el norte
con brújula ida.

Mi sombra sigue
su vida sola,
sin mí, sin alma.
Si el fuego enfríase
en manos mías,
la luna triste
se esconde tímida
tras nubes viejas,
tras nubes negras:
fantasma en niebla
eterna. Lluvia
que moja seca:
linterna ciega:
sonido sordo:
parlante mudo:
nariz tapada:
oído sucio...

Yo sigo el norte
con brújula ida
en ecos mimos.
Mis horas llegan
en hojas secas
que roba el viento.


Lord Lavengro
Viña del Mar, Julio 22 de 2002.

julio 28, 2006

Como un Café

Eres como un café: acogedora,
tibia, simplemente tú, natalicia,
quemas con tu calor a mis labios,
besas con el misterio del trino,
diosa y milagrosa.

Negra como un café, misteriosa.
Viajas por mí, en mi cuerpo de taza,
trémulo por tus manos silenciosas,
niño cuando tus ojos me penetran
ávidos y dueños.

Quemas como un café, maliciosa,
cruel y siempre acaricias mis labios
tuyos, que dejan puertas abiertas
para que tu saeta se ensarte
fría y vengativa.

Eres como un café: deliciosa,
cruel y vengativa y misteriosa.

Lavengro
Escrito en Valparaíso, 2002.

julio 17, 2006

Inconclusos

Poemas sin terminar de una historia ya acabada.

I

Esta noche la Luna es más negra para mi alma, los grillos no cantan sus romances sino que lloran sus desdichas.

Cada Estrella que me mira desde un cielo inalcanzable se ríe silenciosamente de mi vida póstuma, caprichosa y marchita.

Las roídas membranas de mis demoniacas alas son las huellas que quedaron tras la lluvia de espinas que fueron tus palabras.

Recuerdas, mi pálida amante, cada palabra que desperdiciamos en el vacío de nuestros ojos de piedra y transparente escarcha?

Fueron nuestros versos los sentimientos en que paramos nuestro castillo de arena que se llevó el viento de las mentiras?

Eras un hada errante que derramó su sangre entre las secas espinas de mi negro jardín de rosas muertas.

Te encontré lacrimosa mientras tus llagas florecían a causa de la ponzoñosa soledad de mi palacio caído.

Mis labios bebieron tus lágrimas y mis manos sanaron tus heridas; tus ojos derribaron mis muros podridos.

Ya nada queda sino recuerdos y espejismos de fantasmas y una que otra partitura corrompida por desafinadas mentiras.

Compartimos cada muerte en la alegría de un nuevo despuntar, velados al mundo en la crónica melancolía de nuestra piel.

Mi espada quedó rota en la última batalla y tu corazón pereció víctima de la saeta poluta de angelicales envidias.

Mis ojos que conocen la hondura de las sombras extrañamente no distinguieron las notas de tu voz entre los ecos del silencio.

Sigo reinando los Siete Infiernos, disfrutando el cálido vacío de sus rincones oscuros, adornados de lágrimas, versos, sangre y pasión.

Mas, sigo también recordando...

II

Esta noche es noche de tango,
y también es noche de muerte.
En algún momento me quedé encerrado
en la discordia entre la luz y la sombra.

Los ecos del silencio se perdieron
en el vacío de tu distancia.

Me suena tu voz en la conciencia
mientras se escapan clandestinas
cada una de tus miradas inciertas,
cada temblor de tu cuerpo efímero.

Dónde quedó el juramento de tu eternidad?

El poema de tu nombre quedó escrito
por tu pluma callada en papiros de aire!

Mis ojos sangran sus lágrimas,
derrochan sus emociones guardadas
en la secanía inerte del tiempo fugado.

Los ecos del silencio se perdieron
en el vacío de tu viva muerte.

III

Distancias inexorables,
vacíos oscuros que opacan la mañana
con la lejanía de tus palabras
y el silencio de tus labios enclaustrados.
Dónde están tus ojos inciertos,
aquellos que un día fueron mis antorchas?
Dónde se fueron tus pasos,
que hoy son un sendero
que se pierde entra tanta maleza?

Escondido entre la niebla
los murmullos del viento son sentencia:
la condena a una celda sin paredes:
el destierro de uno que nunca tubo tierra.


Un día tus manos fueron comida,
el elixir que calmó mi sed de compañía.
Me quedan como marcas de latigazos
los recuerdos de tu conscupiscente cuerpo
que se enredaba en mi piel desnuda,
encarnándote en mi pecho hasta tu alma!

Lord Lavengro
Viña del Mar, entre junio y julio de 2006.

julio 11, 2006

Dejen que el Poeta Escriba


Dejen que el poeta recoja sus versos,
brotan de la tierra y regalan sus frutos
para que los ojos derramen su llanto
sobre nuestro suelo y renazcan los verbos.


Nunca las estrofas terminan lejanas
de los corazones inquietos. El vate
sólo es quien cosecha palabras dormidas
y las deposita cual vino en las jarras.


Cerros... son montañas que esperan su turno:
letras del gigante cerebro que esconde
flores en la sombra tallada con nubes.
Dejen que el poeta nos grabe nocturnos.

Música del agua que corre roncando
mientras los silbidos del viento en los árboles
llenan de poéticos pensares al alma,
sé que los vocablos emergen cantando.

Viejos los papiros nos hablan del tibio
génesis de versos añejos del polvo.
Como las pirámides, siguen en pie
los ya sepultados linajes del libro.

Hojas de papel son las cajas que fuertes
guardan los sonetos del hombre pasado
en que los juglares dejaron constancia
del gran Cid y también de sus huestes.

Lord Lavengro
Viña del Mar, Octubre 26 de 2001.

julio 03, 2006

Dos Cartas Sin Título

El espiral en claroscuro gira y cada pregunta tiene una respuesta y cada alegría su similar cuota de tristeza.

Es sólo simiente de bronce y de plata
que brilla sonriente en la luz de la luna.
Es sólo la base del vientre llamando
a ser una fragua del hijo que tú amas.

La loza en que el tiempo lo forja, cual Dios
pequeño que escribe sus versos con letras
en oro dorado y brillante del suelo.
Es tierra en la carne que cambia mi Dios!

Y brota denuevo la vida del mundo:
origen de piedra que sangre se fluye
en ríos de rojo camino y nativo.
Separa la calma y la duda del nudo

que amarra culebras eternas que fueron
pecado del hombre pasado y que es carga.
La génesis limpia del hijo que llamo
a ser heredero de niños que juegan.

La madre del sueño es el nombre del tiempo
que entona la danza natura en planeta
de flores y fuego y espinas eternas.
Al ave, sus alas la eleva hacia el cielo.

La forja del barro en la mano artesana
del útero fémino, llámase Tú.
Mujer de mis noches y de días intensos,
valoras al hijo que quieres de mi alma.

Algún día te escribí, poema torcido,
mas nunca me dijiste "vate, recuerda,
del sueño despertamos todos". Callaste.
Estrofas que jamás dijeron palabras
reales ni tampoco mentiras piadosas...
Algún día te escribí, poema mordido,
mas sólo callaste...

El tiempo recorrido es sólo tardanza,
es sólo un centinela viejo y dormido.
Naciste, te mstraste a vodas genuinas
y nunca los sonidos vieron salida
de bocas clausuradas, voces de mudos...
Algún día te escribí, poema encerrado,
mas nunca me hablaste...

Lord Lavengro
Escrito en Nogales, algún día.

junio 27, 2006

Sigue el Silencio

Sigue el silencio
cuando te calles.

Mira las rosas:
mira el misterio
del cementerio:
huele las flores
recién marchitas...

Sigue el silencio
cuando no escuches.

Mira la lluvia,
oye sus gotas
romper la tierra:
grabar palabras
de tintas blancas
en hojas blancas.

Sigue el silencio
cuando me calle.

Lavengro
Viña del Mar, Febrero 25 de 2003.

junio 15, 2006

Helena

Tengo el divino placer de presentar un bello cuento escrito por una gran amiga, autora de hermosos poemas,mas aquí está su delicada prosa, hondando en lo profundo de las sombras, para el del alma nocturna y en los confines de la muerte.


Helena era una muchacha hermosa, como la mítica mujer que le había dado el nombre; no obstante era callada y solitaria. Jamás salía de día pues su tez y cabello eran tan blancos que la luz del sol le lastimaba la mirada. Siempre vestía de negro, aunque algunas ocasiones gustaba de traer rojo sangre sobre su piel para cubrir la desnudez de su alma.

Silenciosa, una noche enmudecida; cada palabra podría haber semejado el viento que susurrando entre las fracturas de las paredes de un pueblo abandonado, mas nunca se escuchó de su boca algún sonido articulado, ni tampoco se dibujó alguna vez en su rostro, como en un lienzo donde el pintor plasma bellas pinceladas, una sonrisa.

Amigos, maestros, extraños... todos la veían como un fantasma, pues jamás la más mínima expresión se marcaba en su rostro. Los desconocidos que alguna vez la habían visto caminar elegantemente por las aceras, juraban que era un espíritu en pena y muchas personas más que era un ángel de la muerte: tanta hermosura, tanta elegancia y tan extrema palidez no podían ser de un humano.

Su perfecta piel, su cuerpo delgado y finamente delineado, sus ojos azules tendiendo hacia el blanco, su cabello blanquecino, lacio y largo, y la estoicidad de su rostro, la hacían verse como una muñeca antigua de porcelana que flotaba por las calles.

¿Qué terrible penumbra se ocultaba tras su inamovible mirada?. Algunos que la habían mirado durante años pasar frente a sus ventanas decían que encerraba mucha maldad, otros más decían que era locura; no faltaba el idiota que cada vez que ella se acercaba, le gritaba “satánica”, pero Helena parecía no escuchar pues siempre continuaba caminando... flotando y caminando.

Conforme los días de su vida corrían, aquella pequeña muchacha se tornaba cada vez más inexistente, más fugaz.

Una noche, un extraño que pasaba a su costado, vio que una lágrima azul acariciaba la mejilla de su inexpresivo y transparente rostro.

— Hola. Disculpa ¿estás bien?

Helena sólo giro un poco sus ojos y siguió de largo en su caminata silenciosa.

—¿Te molesto? Sólo quiero ayudar ¿puedo ayudarte en algo?

Esta vez, Helena ni siquiera miró al muchacho, siguió caminando con la vista dirigida hacia la nada.

—¿Se ha muerto algún familiar tuyo? Porque sólo así vestirías ese abrigo negro en esta calurosa noche de verano— luego dejó que Helena caminara unos cuantos pasos frente a él para volverse a dirigir hacia ella con un tono muy serio e inquisitivo —¿no crees que al menos deberías responder el saludo de un extraño? ¿o es que te comieron la lengua los ratones?... ¿no es hora ya de dejar el silencio atrás?
Esta última pregunta seguramente perturbó a Helena, pues se detuvo repentinamente. Se quedó quieta por un corto instante, pero tan largo como el momento justo antes de la muerte.

El extraño la miró y vio que Helena humedecía sus labios; observó cómo ella contemplaba el cielo para después girar su cabeza inclinándola levemente hacia su izquierda. Helena lo miró y parpadeó.

—Me das miedo— dijo el extraño

“Entonces vete, todavía no es el tiempo” escuchó el joven, mas no vio que Helena moviera los labios.

—¿Tiempo de qué? ¿Cómo lo sabes?

Dos gotas azules más enjugaron sus ojos. Ella los cerró suavemente y las lágrimas cayeron sobre sus manos abiertas, las cuales había levantado con las palmas hacia arriba hasta la altura del pecho, a modo de plegaria.

Con la humedad de aquel sollozo, tomó el rostro del extraño entre sus manos; se acercó a él y cerrando los ojos le besó en los labios mientras su llanto seguía derramándose y contaminando con humedad las mejillas del muchacho.

En el momento que lo besó, unas blancas alas de lino comenzaron a extenderse a la espalda de él, ondulando por un fuerte viento que sopló en el instante y rugía entre los edificios de la calle. A Helena comenzáronle a manar unas alas metálicas de color negro que se extendieron a su máximo.

Después, soltó el rostro de aquel extraño que resultó ser un ángel, tal como ella alguna vez lo había sido y podría volver a serlo.

Helena respiró profundo antes de abrir los ojos y cuando los abrió, estaba, como era en un principio, recostada sobre un acolchado satín blanco, que recubría el ataúd donde había permanecido por años, debajo de una tierra cubierta por musgo. Sólo fue otro sueño, como todos los demás.

—Quizá el sueño de mañana me vuelva a la realidad— dijo suavemente, mientras cerraba los ojos para volver a soñar...

Karina González

junio 12, 2006


No hay de qué escribir esta noche, como todas estas noches. El silencio es un pálido fantasma que atormenta a mi reseco tintero, huérfano hasta de la última letra agonizante.

La pluma de Lavengro está marchita: ya no sangra sus oscuros versos. Mi papiro es hoy sólo escarcha, un lívido testigo de mi póstuma vida.

Los épicos cantares de Simone caen al vacío enfermo de mis Siete Infiernos, que sufren tristemente el abandono: ya ni los ecos quedan de mis viejos demonios.

No hay fuerza en mi mano para blandir mi rota espada -fiel compañera en legendarias reyertas- que reposa en sus recuerdos marginada del ensueño de los ángeles caídos.

Lord Lavengro
Viña del Mar, Junio 12 de 2006.

junio 04, 2006

Mi Hermana Noche



Hermana noche, camina en mi cuento;
entrega calmos tropiezos del día
al sueño eterno del cáncer revuelto.
Amiga, cántame tus melodías.

Dejemos lagos profundos, silencios
callados, notas aladas y nuevas.
Si vuelas lejos del tiempo, sentencio,
sin culpa al hombre, viajar sin sus ruedas.

Mi hermana, noche, mi noche; mis versos
son flechas como la lanza más larga
que llega al centro del mundo con besos

de estrellas lisas. El arco es de roble.
Del piso, piedras caminan labranzas
del cielo: trigo que clama redobles.

Hermana noche dormida en sonidos
de flores, líbrate, entrega tus almas
al fuego: vive, levita conmigo.
¡Seamos tiempo, soltemos las plantas!

El límite arde con llamas perpetuas;
se quema tibio en palabras mojadas:
caricias hablan con cálidas lenguas.
El beso explosa, remecen sus balas.

Comienzan lluvias, hermana nocturna;
Sudores dulces de cuerpos nubosos
se caen blandos al suelo de luna.

Extiendo alfombras de oscuros ensueños,
la piel mojada, silencios ruidosos.
Se elevan almas del fértil subsuelo.

Lord Lavengro
Escrito en Nogales, 2001.

mayo 29, 2006

Ensombrecen



Y los santos pregonan la caída
de la Tierra, la lluvia los apaga,
el silencio ahogó sin esperanza
a los ojos del tiempo y de la vida.

Corazones de lata se ensombrecen
y la carne se cae del difunto.
La neblina que oculta a este mundo
calcinaba las letras que envejecen.

De rodillas dobladas, laceradas,
en torrentes de sangre que se escurre
entre piedras quemadas, ya no suben.

(Recorriendo sus huellas olvidadas
la penumbra se come y se vomita
y el hastío sumerge en pesadillas.)

Lavengro
Escrito en abril 16 de 2005.

mayo 19, 2006

Venganzas


El tiempo magnético de una noche de tormenta caía sobre el pálido rostro del amante perdido, mientras deambulaba descalzo sobre una colina incierta. Tristemente sus pasos simulaban un cuerpo informe que caía desde la pendiente de la duda al abismo de lo inverosímil, naufragando en un mar muerto y negro, en un sueño sin sueños; hasta que se desplomó sin remedio sobre el pasto inundado de tanta lluvia.

Profundamente en su conciencia, un atisbo de idea se fraguaba, una intención macabra y llena de excelsitud, según él, de limpiar su nombre ya inmundo mucho antes de los hechos que lo atormentaban.

Era bella, de largos cabellos negros y ojos aún más negros, hondos como dos pozos inmensos; su piel blanca, pero no del típico blanco, sino uno lívido, enfermizamente pálido, y suave, muy suave; los contornos de su delgada cintura eran la delicia de los sueños que atormentaban a Casanova, al Marqués, a todos -y a mí, por qué no-; sus labios como la sangre... Era bella, tanto que ya no puedo seguir... no, no puedo. Y menos ahora que recuerdo haber tenido entre mis brazos su cuerpo frío, vacío, inerte.

No creo que pueda terminar de escribir estas líneas, el deseo de venganza se hace cada día más profundo en mi interior, mató sin más a la única mujer que ha tocado mi alma, que entró en mi vida sin romper las barreras que he mantenido desde siempre, que anuló mis ansias de soledad. Poseí su amor, me dio la dulzura de su cuerpo húmedo, la suavidad de sus pechos contra el mío, el dolor de tener que dejarla cada mañana, mientras dormía desnuda en nuestra cama.

Ahí tirado en el pasto, mojado hasta las entrañas, metió su mano entre los pliegues de su camisa y sintió cómo la sangre manaba viva de la herida que recibió, la entrada limpia de la bala que le arrebató su vida miserable. Su último pensamiento fue, entre que ya no podría vengarse, el deleite de ser el único que había dado muerte a esa mujer que nunca fue suya, y que ya no pertenecería a nadie más.

Ya no más, reconozco que fui yo quien disparó el arma que dio muerte a ese maldito y no me arrepiento, y si me mato, si me suicido, es para alcanzarla, para estar nuevamente a su lado.

Lord Lavengro
Viña del Mar, Mayo 19 de 2006.

mayo 09, 2006

Los Ojos de la Muerte

En una oscura cantina me esperaba, sentada bajo el único farol que no daba la pálida luz amarillenta y sensiblemente mortecina de los demás, mientras bebía de una copa también amarillenta algo que parecía vino. Una oscura capucha cubría su rostro por completo, por lo que me fue imposible descubrir quién era, lo que en ese instante me preocupó en lo más mínimo.
Mis lacónicos comensales de siempre estaban arrumados sobre la barra teniendo esa extraña conversación en que todos hablan casi al unísono, diciendo muchas palabras, mas callando sus intenciones; aunque me extrañó lo pálidos que estaban, a pesar de los litros de negra cerveza que a esas alturas de la noche habían bebido a destajo. Cuando me acerqué a ellos, saludando al aire como era mi costumbre, me senté a su lado y me sirvieron sin más una copa de vino -tan constantemente pedía lo mismo que ya no era raro que el cantinero lo dispusiera sin más frente a mi cara cansada después del trabajo tedioso en la morgue del único hospital de este pequeño pueblo, si es que se le puede llamar hospital a esos cuatro palos podridos-, del cual bebí un largo sorbo antes de encender mi cigarrillo.
Estaba tan concentrado en mi copa y cigarrillo (ceremonia sublime de adoración a los dioses del vicio) que no me percaté que mis amigos estaban callados desde el mismo instante en que me había sentado junto a ellos, hasta que Berliot alzó su cabeza más gacha que de costumbre y me miró fijamente a los ojos, como intentando silenciar una declaración inevitable: la dama de la esquina me pidió que te enviara junto a ella cuando llegaras, me dijo. Le pregunté si había dado algún nombre o algo, nada, no logré sacarle palabra alguna, es más, bajó la mirada y siguió contemplando como ipnotizado su ya vacío jarrón de cerveza.
En un abrir y cerrar de ojos estaba camino hacia la mesa donde estaba esa enigmática mujer, mas algo en mi interior me obligaba a dar pasos erráticos, haciendo mi caminar torpe y lento. Cuando ya estaba junto a ella, con un ligero movimiento de su pálida mano, más blanca de lo que jamás había visto, me invitó a sentarme en el único asiento disponible: un piso medio quebrado que por lo general nadie utiliza, si no es cuando ya no quedan más puestos en las escasas fiestas que se organizan en el bar, pues siempre estamos los mismos hombres que buscamos esa acompañada soledad conocida sólo por los viejos de cantina; mansamente seguí su silenciosa indicación.
Ya frente a ella, ví su rostro lívido y un pequeño riso negro -lo que no puedo asegurar, pues su capuchón cubría de una sombra inquietante su cara-; mas nada me llamó más la atención que sus ojos brillantes, quizás lo único luminoso que ese bulto permitía observar, inquietantes, fríos y malévolos qué es lo que intentan decirme tus ojos de lince herido la noche no es para gente como tú ni para nada qué qué quién eres no conoces que la vida mía ya no es de amores si no eres nadie que conozca o deba conocer dónde pensaste que yo era alguien que te puede ayudar si sólo son muertero te haces la interesante pero si por qué me inquieto si aún no has hablado pero tus ojos No te impacientes tanto si aún no nos hemos presentado, me dijo, como leyendo mis raros pensamientos que no eran mada sino sólo extrañas interrogantes que llegaban en oleadas de interpretaciones de nada. Ahora que recuerdo nunca me dio su nombre ni yo el mío, rara manera de conocernos.
-Traigo un mensaje que no se dá a cualquiera, trágico y renovador...
-Qué puede ser eso, de qué me estás hablando- grité casi. Me interrumpió con un pequeño novimiento de su cabeza hasta ese minuto inmóvil como sus pápados que estaban fijos, igual a los muertos que visto de vez en cuando, pues no hay suficiente gente en este pueblucho olvidado, del que todos se marchan y sólo se quedan los desesperanzados como yo.
-Sólo mira mis ojos- dijo.
vacíos ojos sin parte de referencia ni pupilas tienes son amaraillos negros no sé relucen pero siguen siendo vacíos no veo nada dicen qué es lo que quieres que mire mejor enciendo un cigarro necesrio que me calme que eres quién de a dónde me conoces
-Mira mis ojos y sabrás por qué estoy aquí y quién soy.
En ese instante recuerdo que sólo cayé y vi, vi en el interior de esa caverna ocular... Por eso ahora escribo, para que alguien recuerde este sueño, que espero que sea un sueño y despierte mañana, rogando que sus calladas palabras sean mentira generada en alucinaciones etílicas, como siempre y que no sólo tenga plazo para llegar a mi cama sí un sueño debí soñarlo; mas los ojos de la muerte se ven sólo una vez cada...

Lord Lavengro
Viña del Mar, Mayo 9 de 2006.

mayo 02, 2006

A Dónde?


El blanco de lívido crónico en tu piel
persiste como ancla posada en mi retina,
volviendo una vez y otra vez como marea
al sueño nocturno en que veo tu silencio.

Parado en la noche recuerdo aquellas manos
bajando la ruta roída del crepúsculo,
tus manos de sabia, de madre de la tierra.
Sonríes sin verme ni risa verdadera.

¿Y dónde quedaron tus ojos laberínticos?
¿Por dónde marcharon tus voces que llegaron
desnudas, calladas, sin ecos ni palabras?
Te veo vacía, sin vida y sin la muerte.

Tu cuerpo es tu cuerpo; mas, tu alma no te existe,
no muestra tus pasos y el canto de tus versos.
¿Y dónde quedaste paloma fronteriza?
¿A dónde llevaron tus ojos, lapidándote?

Lavengro
Escrito en Viña del Mar, enero 24 de 2006.

abril 18, 2006

Tinieblas y Sombras

Espíritu humano, silencio y palabras que se cayan, que duermen sin sentido y pierden sus alas en la caída del tiempo... se rescribe la histria con sombras y luces mientras los pasos por el derrotero se hacen saltos y derrumbes.


I

El bosque öscuro se arroja en los versos que caen,
sus sombras terribles despojan latidos del tiempo
y dejan las aves sus cantos a medias. Tinieblas,
tinieblas marchitas: cascadas de llantos: invierno.
Vacíos dejados por hadas que huyeron del mundo
azul, enlutadas. La niebla provoca el incierto.

Ahogan los árboles tristes la vida del ángel,
sus plumas añejas se caen del cielo desierto.
Los niños perdidos no encuentran caminos antiguos,
tan sólo peñascos de secos sonetos y viejos.
La tierra que tiembla remece raíces ajenas
de ajenos alerces que mueren sin más que silencio.

La magia que corre, se oculta miedosa en la sombra
del duro sepulcro de Apolo. La música calla.
Las piernas se doblan de enfermas y cae el infierno
tapando de sangre reseca los prados de escarcha,
sembrando las lágrimas sucias en fuentes baldías
que añoran el agua que lejos del sol se ëscapa.

Los troncos que quedan se pudren, se mueren sin alma.
La luna ocultada tras velos de niebla es recuerdo:
la sombra de Cronos que fue desterrado al abismo
perdiendo su cetro de rey de los cielos. Un cuervo
arranca los ojos al ángel de älas marchitas,
igual que los vientos las flores del seco cerezo.

¡Tinieblas, tinieblas! La sombra que envuelve la vida
y tiñe de negro al anhelo, recorre las venas
del bosque y cultiva venenos que matan la magia,
la musa y el sueño. Canciones de notas perplejas
que miran perdidas la bruma, se arrojan dolidas
al foso del mosntruo que apaga las últimas velas.

II


Cabalga en las sombras del bosque, dormido y callado:
el ángel de plumas quemadas persigue la dicha
que ya no recuerda, olvidada tristeza. -Corcel
cansado te doblas y caes tirando mentiras
que fueron verdades quel viento robó del sendero
florido-. Silencios que callan los ecos de risas.

La magia que fue, suspirando, se marcha en tinieblas
bajadas del bosque marchito y de troncos muertos.
La niebla plagada de espectros (fantasmas albinos)
rodea con sangre añejada los cuerpos resecos,
pintados con tintas de viejos amores y llagas.
los siglos se paran... el ángel olvida a los elfos.

Volando, sus alas pesadas, se estrellan lloradas
en muros de mármol gastado por luchas divinas,
y sólo recuerda la marca de un gris laberinto,
antiguo pasaje del cielo al infierno. La brisa
congela los lutos de Dios en las venas del Diablo.
Bajando, los rayos incendian la luna crecida.

Errando en sus pasos, llevando en su espada quebrada
los mismos temores del hombre, recorre las nubes
que fueron su reino de música y magia perdidas;
las ruinas se abisman en su alma: ¡son crueles derrumbes
de piedras, de besos que queman y de ojos que callan!
El ángel, de tinieblas y sombras, orando, se cubre.

Una última flor que germina en su suelo de rocas
se eleva por vientos de sueños de rotos cristales.
¡Sus alas ni polvo levantan del Templo caído!
Vencido, tan sólo camina a la sombra de edades
y bosques que ahora no existen; su luna se apaga
y el viejo camino lo pierde de amor y maldades.

III

El alma torcida, inclinada en la bruma muriente,
tormenta cansina que inunda los mares tranquilos.
Sus piernas quebradas se doblan y cae el silencio
nocturno, cargado de ruidos y anhelos marchitos.
Temblando sus manos, recoge las lágrimas secas
que brotan del miedo y la sombra de besos perdidos.

Deserta al amor y al destino por musa escondida
del tiempo en cortinas de suave neblina y placeres:
llovidos cabellos que enmarcan su pálida luna,
su piel, su sintura temida. Abandona sus huestes;
su espada envainada defrauda a los ángeles: hielos.
El bosque lo oculta del tiempo, ¿será amor por siempre?

¡Tinieblas, tinieblas! La vida se escapa del mundo,
los magos perdidos no hechizan los versos enfermos.
Los cielos arrojan los rayos que anuncian pesares:
tirando los árboles surge un nuevo ïnfierno
la lucha celeste, las hadas se escapan, el bosque
se quema. -Saetas alcanzan la musa que amaste.

El alma torcida, mirando al maltrecho despojo,
empuña la espada: despierta el guerrero divino.
Se agrieta la tierra, remecen los suelos que mueren
sangrando venenos. -Tu copa derrama tu vino.
Mellado el acero en la roca sombría, marchita
la mano... Ya sólo quedó un incierto ölvido.

-No veo ni siento, ¡mi herida abierta no sangra!
En tristes lamentos, las lágrimas negras penetran
la tierra que estéril engendra demonios y piedras.
Rodillas al pasto reseco, enlutado y ajeno,
el tiempo abandona esperanzas de arcilla y ponzoña,
las alas cansadas que nublan los ojos viajeros.

IV

Y mientras se duerme el silencio, despiertan las lágrimas
que rondan las piedras, cenizas y troncos caídos.
Un nuevo despunte es olvido, descanso de un sueño.
Si duelen las llagas, más duelen los besos queridos...
Mirando la tierra que es vida y sepulcro y espejo,
refléjanse el sol y la luna en eclipse y caminos.

Eclipse de puerto y camino concierta el encuentro
del mago y el hada, del ángel de espada quebrada
y de la dormida sin sangre, de rostro de escarcha.
Y el llanto que inunda las ruinas marchitas reclama,
airado, los brotes de un bosque de sauces y espinos.
Tinieblas y sombras en hielos y vientos se abrasan.

Durante la noche las flores crecían encima
del cuerpo tumbado; y ahora florecen los ojos:
si bien muy lejanos, con ellos renacen anhelos.
El ángel sostiene a su musa de atuendos rotosos,
tan fría que quema sus brazos, bañada en recuerdos
de besos que duelen, cantando los versos mortuorios.

Los dioses de antaño quedaron en versos grabados,
guardados del tiempo en sus arcas de alerce y astilla.
Con alas caídas recorre incipientes verdores, las rocas
se ablandan pastando la corza venenos y ruinas.
Las hadas hechizan la sangre que riega la luna,
tiñéndola clara de un suave sabor a vainilla.

Atrás ha quedado su cuerpo, cubierto de ensueños,
mas su eco resuena cual viento abrazando a las hojas
del bosque, rimando el arrollo y el canto del ave.
Las sombras dilatan su suerte debajo de rocas:
el ángel aún llora, recuerda el silencio sonoro,
pues, ¡llantos de estío otoñan su alma devota!


Lavengro
Escrito entre febrero 22 y marzo 2 de 2005.

abril 12, 2006

Oscuranto

He aquí mi primer poema... quién iba a decir que después de estos versos locos emprendería el camino errante de un aprendiz de vate.

I

En mi mente, en mi alma siento
la tormenta fría y muerta.
En el grito cae inerte
el futuro mundo enfermo.

Paranoico muerto-vivo que lloras

tranquilo. Siete llaves perdidas
para ti son puertas llenas de infierno.

Paranoico muerto-vivo que lloras.

En su marcha el tiempo quieto
del ocaso negro triste
de los dioses: calla gritos
desgarrados, solos, libres.


La tormenta mata risas que cantan

(energía viva de almas sin vida)
en mi cuento que no estaba correcto.

Paranoico muerto-vivo que lloras,

asesino.

Esta noche muero en vida

el futuro mundo enfermo
mientras cuervos vuelan libres...
¡Mientras muertos andan libres!

Oscuranto, mambo alegre que muere
en la roca muerta en medio de nada

y las negras nubes mojan mi cara
en su llanto: sangra el dios las heridas

de aquellas puertas llenas de infierno.


Paranoico muerto...
lloras sobre mi alma.

II

El humo sobre el agua opaca luz
que llena en ríos vivos
mi alma azul.
Y lloro, y lloro, y lloro, y lloro solo;
y pierdo trenes, barcos... y sólo lloro.

El humo que entra libre en venas blancas
ensucia negras mi alma y estas alas.
Mis venas manan muerte negra fría
y cruge toda tabla de mi vida.

El humo sobre el agua vierte penas:
arrollo vil, petróle
o de estepas.
Paranoico río oscuro encierra frías

cadenas muertas: atas fría vida del humo.
Piedras llaves que abren almas

y cortas sueños y matas esperanzas.

III


Cadenas que se lleva el viento olvidado

en cuentos olvidados: tiempos muertos.

Disfruto este silencio: quiero oscurantos.

Candelas que se lleva el viento olvidado,
camino solitario: sí abandonado.
Palabras que se lleva el tiempo dormido
en lágrimas de lluvia y tristes lam
entos
de dioses que cansados mueren olvidados.

Ciudades que están sin ser.
Personas que están sin alma ni luz
como ojas de manzano viejo otoñado.

Disfruto este misterio: luz apagada.

El sol resucitado: viento olvidado
en tiempos olviados: cielos muertos
en frías tormentas: dioses dormidos
en tristes lamentos: cantos callados
en bocas cerradas: rocas mojadas
en tierras secantes: luz apagada
en llamas dormidas: viento olvidado
en Yo abandonado...

IV

Me cubre la sombra de muertos perdidos
en lágrimas tristes, en lágrimas secas.
Me cubre la sombra de sueños despiertos.
Mis pasos se sientan en rocas gastadas
y blandas igual que edificios torcidos
e igual que ocaso de dioses perdidos.

Camino en penumbra en compaña del ánima
cansada de tanto llorar su castigo:
cansada de tanto arrastrar su cadena:
cansada de tanto llorar sin su lágrima:
cansada de tanto sendero perdido
en noches malditas y muertos despiertos.

Me cubre esta sombra en recuerdo de días
de sol que su cálido fuego abrigaba
en lana sentires de amores vividos.
Me llaman tormento: oscuranto dolido:
un karma pasivo: un demonio dormido.
Me cubre esta sombra que quiero dejar.

La noche se cae en metal de abandono
a mi hombro que en plumas forjado se rompe.
Me cubre la sombra de yeso pesado.
Me miro e infiernos caminan penando
a esta alm
a extraviada que incalma se duerme
cargada de tantas labores sin fin:
cansada de tanto sendero perdido.

V


El ocaso de los dioses:

humanidad sin un credo
y que disvirtúa esperanzas.

¿Qué esperanzas?
¿Aquellas que son como nogmos
que sabemos que están y no los vemos,
o aquellos duendes ocultos en el bosque?
¿Qué esperanzas?

Humanidad sin dioses
es un mundo vacío de muertos
que zombis transitan sin sentido.
Mundo cargado de agonías
y cargado de infiernos.

El guardián de las siete llaves
perdió el sentido y perdió las llaves:
siete puertas llenas de infierno abiertas
liberan sobre el bosque su maldición:
camisas manchadas de sangre:
cuervos negros que sacan los ojos:
jarros de lágrimas resecas.

El ocaso de los dioses
muertos en las manos de un hombre
que llora por la muerte de un mundo olvidado.

VI

El cielo se nubla con manchas oscuras
que apagan los rayos de vida en tormentas
de fuego que queman cansados la luna
y queman praderas floridas sin penas.

Al cielo profanan las nubes y el fuego
y cae la noche y se sueltan temores.
Perdidas estrellas confusas del cielo
se caen en llamas que queman las flores.

Un cielo profano se nubla con lágrimas
que fluyen en ríos de sangre opacada.
Un tiempo sangrado se llena con ánimas

perdidas y atadas a vidas pasadas.
Al cielo profanan las nubes y el fuego
y el hombre profana santuarios del tiempo.

VII


Un río de aguas negras:

un mar de olas negras:
un
cielo de estrellas negras:
sonata de música negra
que se refleja en mi
polera de tela negra.

Entre tuberculosos
y entre leprosos,
entre abandonos y olvidos
de un mundo creado,
la lágrima salada de salitre y estaño
que, desde las entrañas del ánima,
quema mi piel y derrama mi sangre.

Sólo escucho desgarradas voces sangrantes
que acusan olvido
tristeza
sueños de un mundo olvidado.

Sueños de un dios olvidado,
que entre las manos de un mostruo humano
ve nacer su ocaso en su muerte
como un eco del silencio:
es una sombra en su luz.

Ya no vivo ni tampoco como.
Ya no duemo ni tampoco despierto.

En una noche húmeda
llena de temores, fríos y oscurantos
voy muriendo, voy subviviendo
del alma en cuerpo
que profanado se pudre
como manzaa en el olvido
y abandonada en el suelo.

Ya no vivo, sólo vivo mi oscuranto
abandonado en el tiempo
mientras mi dios vive su ocaso.

¡Siento que mi vada es vida póstuma!

Lavengro
Nogales, entre Noviembre de 1999 y Marzo de 2000.

abril 03, 2006

(Sin Título)

El nudo que tengo en la garganta se hace mil apariciones de nostalgias pasadas, de llantos dejados en la fuente resquebrajada, marchita flor disecada por los rayos machacados de un sol machacado.

Tísicas maldiciones se hacen piedra en mi nariz irritada, en mis ojos de acero oxidable. Ya no suenan las notas de la música y se callan las palabras en esperanto.

Mis pálidas y frías manos de la muerte se afiebran por la lluvia que no llega, por el viento que huyó del aire! Silenciosamente veo que ya no quedan luces ni quedan sombras... Dónde quedaron, y a dónde, los labios de la noche, se marcharon?

Lavengro
Viña del Mar, Abril 3 de 2006.

marzo 24, 2006

A Valparaíso

Esta pseudo-oda-epístola al Puerto sólo son locos versos enredados en sus locas calles y escaleras.

Tu nombre es Pancho
aunque a ella no le agrade.

Noche a Noche subo a tu pequeño cielo,
cargando mi pesado bolso de anhelos,
de sueños, de tristezas, de llantos y de besos.
Tropiezo en cada escalón de tus calles,
cada uno de ellos tallado, forjado y grabado
por los dientes de algún borracho que besa tu suelo,
clandestino como los huecos que regalas a tus amantes.

Gritas, viejo Puerto, en los ladridos de tus perros
que se rascan las pulgas en cada mural marchito.
En cuatro patas conocen tus rincones de esquinas redondas,
esperando la luz verde para cruzar del cerro al Pacífico,
para abordar cada lancha y cada puerta que ofrezca un pan
y huir de los palos voladores que son como tus casas voladoras.

Tu nombre es Pancho,
también algo borracho,
aunque Valparaíso ella te llame.

En tus bares se bebe melancolía;
tus sarmientos ya no destilan vino añejo,
sino arrugas, canas, escaleras y recuerdos.

Alguna vez te prostituiste a los marineros,
mas hoy eres un puerto de estudiantes;
en tus barrios todos son profesionales de la vida:
cogoteros, traficantes, ahogados y rameras y arquichantas,
matasanos, hocicones y ¿honorables dijo alguien?

Tus casas de cartón que el viento sostiene en el firmamento
son árboles de pascua como la champaña en año nuevo,
como los mariscos para mí esquivos del mercado
que hoy están a luca y ayer pintados por Lukas.

Pancho es tu nombre
aunque a ella no le guste.

De la mano de la loca pluma de Pablo
y del imaginario pincel de Roberto,
tus muros trepan como lagartijas
las copas florecidas de tus cerros.

Los tacos de tus mujeres suenan a tango
y suenan a sudores mezclados con besos y tragos.
En ti, amigo Puerto, conocí sus labios liberales,
tan libertinos y esclavistas como una caña de vino
tomada a la salud de un bolero que desafina en la guitarra.

Tu nombre es, Puerto loco, Pancho
aunque ella ignore mis palabras.

Si Pascua tiene al hombre pájaro,
tú tan visible tienes
(y entre las piernas tan invisible)
al hombre caracol:
el que asoma la cabeza al sol:
el que estira la mano y ni el viento la estrecha:
el que lleva sobre su espalda la casa de colchón...

Discúlpame Pancho si mis versos se callan,
disculpa a mi canto orgulloso como las odas
que esta noche sólo silencios interpreta.
No soy poeta ni tengo nombre
y soy tan inconcluso como tú, Valparaíso:
eres un poema de puerto jamás terminado.

Y amor, aunque no te guste,
mi amigo puerto se llama Pancho.

Lavengro
Valparaíso, Marzo 21 de 2006.

marzo 21, 2006

Entre Café y Tabaco


Entre café y tabaco
las sombras se hacen humo
y la luz madruga
en lo profundo
de un rincón moribundo.

A veces,
cuando conozco
los límites del tiempo infinito,
cuando caminan las piedras
entre las inmaduras grietas,
me hago humo y sombra
y cristales de escarcha.

El vapor se escapa
simulando siluetas
de mi café insurrecto
atrapado en su jaula de taza;
se niebla mi mente
con sabores oscuros.

Entre café y tabaco
y entre palabras secas,
una brisa de invierno
alcanza mi rostro:
testigo de mi saber
que carece de conciencia
y testigo de mis pasos
sobre espinas amantes.

Lavengro
Escrito en Valparaíso, 2003.

marzo 12, 2006

Desnudo mi Niño


Ahí, entre la niebla de un día marchito,

llorando a la sombra de un viejo farol,

desnudo de sueños se duerme mi niño.


Un perro que ladra y se rasca sin don

asalta los pasos de toscos viajeros,

y muerde talones del viento y del sol.


A dónde marcharon los dos relojeros?

En dónde quedaron tiradas las risas

si sólo los llantos adornan floreros?


Los ecos se pierden sin ruido ni vida,

las luces no alumbran y gana la noche...

Mi pierna no avanza: se obstina dormida.


Desnudo mi niño tirita sin goce:

los autos de palo cenizas quedaron:

los juegos lo dejan sin nuevos sabores...


Un pájaro muerto se oculta debajo

del puente esperando que llegue la brisa,

mas ésta quedó encadenada a los ajos.

Desnudo mi niño no tiene carita!


Lavengro

Viña del Mar, Marzo 12 de 2006.